Me encuentro aquí, sentada bajo el sol del invierno que se siente como una caricia suave en la cara. Un momento de quietud donde la calma es la protagonista de la escena. Estoy sólo yo y lo que es. La simpleza que se vuelve hermosa, seductora, plena. Esa sensación que te envuelve y te hace saber que no hace falta más.
Mi cuerpo se relaja, parece que se suspende en el suelo, no voy a negar que se siente raro después de tanta carga. Mi mente se descomprime, después de tantas ideas y tantos pensamientos. Lo que fue, lo que va ser, lo que podría haber sido. Inhalo, exhalo y con el aire que se va también los hace las preocupaciones, las inquietudes.
Mi visión se agudiza y los detalles aparecen: colores, texturas y formas me enseñan que lo simple es muy completo, diverso y abundante. Quizás también por eso no hace falta nada más.
Contemplo el momento y siento mucha paz, calma y seguridad. Me alegra mucho saber que, de alguna manera, eso siempre está ahí, al alcance de la mano, en mis sentidos, en mi capacidad de notar cada momento, escena tras escena. Sólo es cuestión de detenerse, de parar para poder habitar con total presencia el momento que ES.



