No se cuando pasó ni en qué momento, pero me encuentro desordenada. Quizás fueron una seguidilla de eventos y situaciones que volvieron más difuso el camino. En realidad no importa. Lo importante es que ahora lo puedo ver y notar. En algún momento me puse en modo automático, me desconecté del cuerpo y de mis emociones, dejé de sentir. Claramente me puse en modo hacer y cumplir y ya sabemos en qué deriva eso…
Por fuera de la check list de los «tengo que» dejé de moverme, me atrapó la pasividad y la quietud. “No tengo tiempo”; “no tengo ganas”. Cuando me estreso me siento abombada y sin energía. Cuando estamos pasadxs de rosca buscamos alivio, algo que nos calme como dormir o ver series compulsivamente. Otras veces, el refugio es la comida: algo rico para “reconfortarme”. Pero como estoy en automático, no hay disfrute, no hay registro. Me olvido de saborear y el acto de comer se vuelve un constante deglutir hasta sentirme «llena», anestesiada.
Y sigue el loop, cada vez mi cuerpo tiene menos energía, me siento más y más abombada. Lo siento en la espalda, en la panza y en el cuello. Todo pesa, todo inflama.
Lo interesante se da en ese preciso momento en el que “ahá!” te diste cuenta y despertás. “Lo noté. Me acabo de dar cuenta de que estoy totalmente desconectada de mí. Necesito y quiero volver a mi centro (o cerca).”
Conozco dos formas de hacerlo. A una la llamo «la despedida», me despido de la «buena vida» y me prometo que al otro día arranco con el pie derecho. Si, como hacemos con las dietas pero en todas las áreas de mi vida: seré ordenada, me alimentaré bien, seré creativa, seré productiva, meditaré, ejercitaré, ¿qué más? Básicamente aparecen los tres millones de “tengo qué” para acercarme a una idea inexistente de lo que supongo que debo ser.
El famoso todo negro o todo blanco. La vida saltando de extremo a extremo. La promesa de ser “ejemplar” a partir de mañana estresa y viene con el gran combo de perfeccionismo, autoexigencia y algunos intentos de controlarlo todo, de forma casi obsesiva.
La otra manera, requiere de más paciencia, trabajo y amor. Recurrir a mi gran caja de herramientas. Lo primero que agarro es la compasión y la flexibilidad. Antes que nada, me susurro para adentro «vamos hacerlo desde el amor». Es la forma que encuentro de invitarme a entender esto como un proceso, un camino de regreso. A mi… a lo que soy y a lo que quiera ser cuantas veces lo sienta. Pero es desde ahí, desde el ser y no desde el hacer. Siendo amable en cada paso, entendiendo que con todo al mismo tiempo, no voy a poder.
Con la flexibilidad como bandera para sostener los logros, para entender de imprevistos, para adaptarse a los cambios y desafíos que se presenten. No todos los días tenemos la misma energía, la misma fuerza, la misma voluntad, el mismo humor. Nos pasan cosas y nuestro cuerpo es uno nuevo cada día.
La propuesta entonces: volver a mí.
¿Cómo hacerlo?: desde el amor.
Mi gran aliada: la presencia. Estar ahí, en el momento presente, a cada paso.
Me leo y me re-leo. Ya tengo en claro cuál de las dos formas voy a elegir esta vez y estoy lista para volver.
¿Y vos?¿Cuál va ser tu estrategia?



